GRAN MARCHA DE SOLIDARIDAD CON CUBA

GRAN MARCHA DE SOLIDARIDAD CON CUBA

¡50 años de lucha por un mundo mejor!
¡50 años de solidaridad, amor y dignidad!
¡¡50 aniversario de la Revolución Cubana!!
Sábado, 25 de julio de 2009, 11am
del Hemiciclo a Juárez a la Embajada Norteamericana
(para propaganda llama al 5782-2564, 044-55-2895-8057)

GRAN BAILE/FESTEJO
Viernes, 24 de julio de 2009
Salón Los Angeles, Calle Lerdo 206 esq. con Flores Magón
Col. Guerrero (Metro Tlatelolco)
con la participación de:
Quique y su Ache (cubano)
Son de Maiz (mexicano)
Los Chilangos de La Habana (Cuba)
boleto: 120 pesos
para boletos llama a:
5782-2564, 044-55-1849-9274

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El terrorismo internacional recibió el respaldo oficial de Washington
el pasado 15 de junio de 2009

PALABRAS DE RICARDO ALARCÓN DE QUESADA, PRESIDENTE DE LA ASAMBLEA
NACIONAL DEL PODER POPULAR EN LA CONFERENCIA COYUNTURA CUBANA.

Conmemoración del 80 Aniversario del “Congreso Evangélico
Hispanoamericano de La Habana 1929.

Estimados amigos:

Como el tiempo apremia iré directamente al grano.

El jueves 4 de junio hablando en la Universidad islámica Al-Azhar en
El Cairo el Presidente Barack Obama afirmó: “ningún sistema de
gobierno puede o debe ser impuesto por una nación a ninguna otra.
Estados Unidos no pretende saber lo que es mejor para todos”.

Lo antes citado, es, sencillamente, una obligación elemental de todos
los estados y sin embargo forma parte de los esfuerzos de la actual
administración estadounidense para proyectar una imagen renovada y
conciliadora.

Pero esa idea que se presenta como rectificadora no incluye a Cuba.
Nuestro país no tiene lugar dentro de esa visión que busca convencer
al mundo de que la actitud norteamericana hacia los demás ha cambiado.
Es como si para Washington Cuba no fuese otra nación, careciera de
independencia y perteneciera a la jurisdicción norteamericana. Tal es
el significado de la declaración emitida por la Casa Blanca el 13 de
abril de 2009: “La promoción de la democracia y los derechos humanos
en Cuba es en el interés nacional de los Estados Unidos y es un
componente clave de la política exterior de esta Nación”.

Lo mismo han dicho más de una vez el Presidente Obama, la Secretaria
de Estado Clinton y otros funcionarios de su gobierno.

Si vamos a creerles, ellos sí saben que es lo mejor para los cubanos y
pretenden imponerles otro sistema de gobierno porque, después de todo,
Cuba no es una Nación sino un territorio carente de soberanía propia.

Esa ha sido, en esencia, la política hacia Cuba de todos los que han
habitado la Casa Blanca.

La idea de que Cuba les pertenece o debiera pertenecerles surgió desde
que las Trece Colonias de Norteamérica se separaron de Gran Bretaña,
antecede al inicio de nuestra lucha por la independencia nacional y ha
persistido a lo largo de una historia que ya cumple dos siglos.
Abandonar esa idea sería un cambio verdadero, un cambio con mayúscula,
aunque, en rigor, significaría acatar la exigencia básica de la
convivencia civilizada.

Los mencionados funcionarios han reiterado que mantendrán lo que
insisten en llamar, con evidente hipocresía, “embargo” económico
contra Cuba. Pese a que el mundo entero no cesa de condenar esa
política por su nombre verdadero, “bloqueo”, precisamente, porque la
diferencia principal entre ambos términos es que el segundo implica
acciones extraterritoriales en perjuicio no sólo de Cuba sino también
de toda la comunidad internacional.

En realidad lo que Cuba enfrenta, y resiste hace medio siglo, es mucho
más que un bloqueo. Es una verdadera guerra en la que se emplean todos
los medios para tratar de asfixiarla económicamente. Al hacerlo han
causado graves daños a la sociedad, lastrando su desarrollo material y
provocando indecibles penurias y sufrimientos a todos los cubanos y
las cubanas.

Tampoco es una guerra económica cualquiera. Es, sin exageración
alguna, una política genocida cuyo deliberado propósito es hacer
sufrir, provocar el hambre y la desesperación a todo un pueblo.
Corresponde exactamente con lo que las Convenciones de Ginebra definen
como el crimen de genocidio, el genocidio más prolongado de la historia.

No habrá que esperar por un Nuremberg futuro para conocer los nombres
de quienes concibieron el crimen y cuándo y dónde planearon su
ejecución. En los años noventa del pasado siglo fueron desclasificados
algunos documentos oficiales norteamericanos que, pese a numerosas
omisiones y tachaduras, permiten descubrir el empeño genocida que
dirigía las acciones anticubanas de Washington reflejado en informes y
actas de reuniones secretas al más alto nivel.

Ya en la primavera de 1959 cuando discutían algunas de sus primeras
acciones, encaminadas a eliminar nuestras exportaciones azucareras al
mercado norteamericano, el entonces Secretario de Estado reconocía que
con ellas “causarían desempleo generalizado, la mayoría del pueblo
quedaría sin trabajo y comenzaría a pasar hambre”.

Poco después en un revelador documento que exponía la esencia de su
política afirmaron: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el
único modo previsible de restarle apoyo interno es a través del
desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las
dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios
posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción
que, aun siendo lo más mañosa y discreta posible, logre los mayores
avances en privar a Cuba de dinero y suministros, para reducirles sus
recursos financieros y los salarios reales, provocar el hambre, la
desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Cuando se escribieron esas palabras el 70% de nuestra población actual
aun no había nacido. Ella ha vivido toda su vida resistiendo las
privaciones y dificultades materiales, amenazada con el hambre y el
exterminio, víctima del bárbaro castigo que el Imperio impuso a sus
abuelos y a sus padres por su apoyo a Fidel Castro y al régimen
revolucionario. Tampoco había nacido entonces Barack Obama. Él nada
tuvo que ver con la aprobación de esa política ni con su aplicación
durante muchos años. Pero ahora él es el Jefe del Estado que práctica
el genocidio contra Cuba y cuando se ha referido al tema ha reiterado
que mantendrá el bloqueo como tenaza para forzar a Cuba a adoptar el
sistema de gobierno que Washington quiere imponernos.

El empeño por provocar sufrimientos, despojar a los cubanos de su
soberanía y obligarlos a acatar el sistema decidido por Washington se
ha expresado también con el empleo de otros medios incluyendo las más
abominables acciones terroristas.

Cuando se produjeron los hechos atroces del 11 de Septiembre de 2001 y
el pueblo norteamericano descubrió el terrorismo internacional,
encontró en Cuba la más completa, sincera e inmediata solidaridad. Los
cubanos hemos sufrido acciones terroristas procedentes del Norte
durante medio siglo. La mayoría de nuestros ciudadanos ha vivido
siempre bajo la amenaza de grupos criminales que han operado con total
impunidad desde el territorio norteamericano.

No es una cuestión del pasado. Se trata de la realidad actual, el dato
más inmediato, tangible, de la coyuntura cubana en este verano de
2009. La infame decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos, el 15
de junio, de no aceptar la petición que se le hizo para que revisase
el caso de nuestros Cinco compatriotas presos allá por luchar contra
ese flagelo, es la más reciente prueba  de que el terrorismo
anticubano sigue contando en aquel país con el apoyo y la complicidad
gubernamental.

Los jueces actuaron conforme se los solicitó la Administración Obama.
Sin una palabra, sin ofrecer la menor explicación, ignoraron
groseramente las peticiones que les formularon respetuosamente diez
laureados con el Premio Nobel, centenares de parlamentarios, decenas
de organizaciones de juristas y de defensores de los derechos humanos
que representan a muchos millones en todo el mundo.

El terrorismo internacional recibió el respaldo oficial de Washington
el pasado 15 de junio. Los propios criminales lo reconocen
abiertamente. Desde ese día se les puede ver otra vez, ante cámaras y
micrófonos en Miami, con total desvergüenza, alardeando de sus
fechorías, anunciando nuevos ataques contra Cuba y amenazando a otros
pueblos de América Latina. ¿Qué dicen al respecto en Washington? No me
refiero a la Corte Suprema que, ya se sabe, tiene la mudez por virtud.
Pero el Presidente Obama habla en público todos los días.

¿Continuará la impunidad bajo su mandato?

En sus manos está poner fin a la iniquidad cometida contra Gerardo,
Ramón, Antonio, Fernando y René. Él sabe que la Constitución le da al
Presidente, solo a él, la facultad de retirar la infame acusación que
fue la base de un proceso plagado de arbitrariedades y violaciones
desde el primer día, que ha sido el único condenado por un grupo
imparcial de expertos de Naciones Unidas y ha concitado el más amplio
repudio en todo el mundo, un proceso espurio que jamás tuvo justificación.

Él sabe también cuan fácil es retirar una acusación. Lo hizo el
primero de mayo de 2009 con relación a tres personas que fueron
encontradas culpables de haber entregado a Israel informaciones
militares secretas capaces de colmar los anaqueles de una biblioteca pública.

En el caso de nuestros Cinco compatriotas es muchísimo más fácil.
Cuenta con dos poderosos argumentos. Ambos son prueba irrefutable de
la prevaricación de la que han sido víctimas y que el juicio de Miami
no fue más que una farsa grosera y sórdida.

Gerardo, Ramón y Antonio fueron acusados falsamente de “conspiración
para cometer espionaje” y condenados a perpetuidad. La Corte de
Apelaciones de Atlanta, en septiembre de 2008, unánimemente, decidió
anular las brutales sentencias contra Ramón y Antonio porque ninguno
de los tres había poseído o transmitido información de carácter
secreto o militar ni había hecho nada en perjuicio de la seguridad de
Estados Unidos.

Durante más de diez años la poderosa maquinaria de mentiras del
Imperio -ese engendro que se hace llamar medios masivos de
información- los calumnió como si fuesen peligrosos espías y algunos
persisten dolosamente en hacerlo. Hubo que luchar tanto tiempo para
que el Tribunal de Apelaciones reconociera lo que se sabía desde el
primer día. Ahora habrá que luchar ante los tribunales para lograr la
inmediata libertad de Ramón y Antonio que no cometieron espionaje
alguno y la de Fernando cuya sentencia injusta y exagerada a 19 años
de prisión también fue anulada por la Corte de Apelaciones por otros errores.

Esa misma Corte, sin embargo, pese a reconocer que Gerardo Hernández
tampoco había realizado espionaje decidió ratificarle el castigo a
prisión perpetua. Esta insólita arbitrariedad era una de las razones
que sustentaban la petición de revisión que el Tribunal Supremo rehusó
considerar.

La otra acusación formulada contra Gerardo, la infamia de atribuirle
participación en un supuesto asesinato que no ocurrió, la puede y debe
retirar el Presidente Obama sin mucho esfuerzo. Le bastaría con
recordar que eso intentó hacer su predecesor, George W. Bush.

En mayo de 2001, cuando se acercaba al final la farsa judicial de
Miami, la Fiscalía General dio un paso que ella misma calificó como
algo sin precedente en la historia norteamericana. Pidió a la Corte de
Apelaciones de Atlanta retirar la acusación ya que, ante las pruebas
presentadas, no podía probarla y conduciría al fracaso que haría
derrumbarse el caso contra los Cinco. Denegada la solicitud el Jurado
debió pronunciarse sobre la acusación inicial, la que el propio
Gobierno reconoció imposible de probar y quiso retirar.

Los miembros del jurado no expresaron dudas ni pidieron aclaraciones y
sin vacilar, en pocos minutos, declararon culpable a Gerardo por un
crimen que no cometió y por el que ya no era acusado. Tal cosa sólo
podía suceder en Miami con un jurado amedrentado por las amenazas y
presiones de los terroristas. Sólo jueces prevaricadores pudieron
imponerle el castigo más cruel e irracional. Con la decisión del 15 de
junio a Gerardo se le ha cerrado completamente la posibilidad de
encontrar justicia en el sistema judicial.

Continuaremos la lucha reclamando la inmediata liberación de nuestros
Cinco compatriotas. De todos y cada uno de ellos.

El Presidente Obama puede devolverles la libertad y tiene la
obligación moral de hacerlo y hacerlo ya. Para persuadirlo se requiere
la más urgente y amplia movilización en todas partes.

Por ello comprenderán ustedes que he estimado necesario dedicar el
mayor espacio a esta cuestión. Después de todo ustedes representan a
millones de personas cuyas conductas se rigen por una ética del amor y
la solidaridad, inspiradas por la voz milenaria que convoca “a
predicar buenas nuevas a los abatidos, a sanar a los quebrantados de
corazón, a pregonar libertad a los cautivos y a poner en libertad a
los oprimidos”. (Isaías 61.1, S. Lucas 4.18).

Agradezco la invitación a participar en este encuentro para conmemorar
el aniversario 80 del Primer Congreso evangélico hispanoamericano.
Próximamente conmemoraremos también el décimo aniversario de la
Celebración evangélica cubana.

Se trata de actividades de la mayor importancia. Grande es la
contribución que pueden hacer los cristianos, todos, sin excluir a
ninguno, especialmente, como justamente señala Sergio Arce Martínez,
cuando estamos “frente a las tentaciones que proceden de la apertura
de Cuba al mundo ancho y ajeno del Capital, tan diferente y
contradictorio al nuestro”. Sergio tiene toda la guevariana razón al
proclamar que “el socialismo es un proyecto fundamentalmente ético o
no es propiamente socialismo”.

Realizar ese proyecto, defenderlo y perfeccionarlo, es tarea a la que
la Patria nos convoca a todos.

Seminario Evangélico de Teología de Matanzas
23 de junio 2009

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