Alejandro Encinas, por repensar a la izquierda

Repensar la izquierda

  • El debate actual no puede volverse a reducir a presentar dos izquierdas: una moderna, llamada a negociar, y una radical, que pone en peligro al país. Hacerlo sería tanto como suponer que nuestro país puede conducirse sin tomar en cuenta a la propia izquierda
  • La izquierda en México vive un momento paradójico. Por un lado ha alcanzado la más amplia representación formal de su historia y un vasto apoyo popular, y al mismo tiempo, muestra vulnerabilidad en su discurso y en la conducción de los partidos que la representan.
  • El resultado oficial de la elección federal dejó en muchos un sabor a derrota y la sensación de una oportunidad histórica perdida, y si bien tras la elección de julio y las acciones posteriores se ha dado cauce a un amplio movimiento social a través de la Convención Nacional Democrática y el Frente Amplio Progresista, el debate de los saldos de la elección se ha circunscrito a la búsqueda de responsables -reeditando una discusión que se creía superada tras las experiencias de 1988- y a plantear de nueva cuenta que la izquierda «moderna» debería privilegiar el diálogo independientemente del resultado de la elección, desligándose de una izquierda «radical» que representa un obstáculo para el desarrollo del país.

    Como sucedió entonces, este tipo de discusión no solo eludió una reflexión a fondo sobre el proceso electoral, sino encubrió el acomodo de grupos y liderazgos en la disputa por la dirección del naciente PRD, que derivó hacia la formación de diversas corrientes políticas que -enfrascadas en los asuntos internos- devinieron en el corto plazo en un pragmatismo sin principios y en la conformación de grupos de interés.

    Por ello, el debate actual no puede volverse a reducir -como pretenden sus detractores- a presentar dos izquierdas: una moderna, llamada a negociar, y una radical, que pone en peligro al país. No se trata de reeditar la discusión de los 90. Hacerlo sería tanto como suponer que nuestro país puede conducirse sin tomar en cuenta a la propia izquierda.

    Alejandro Encinas, candidato a diputado por el PRD

    Alejandro Encinas, candidato a diputado por el PRD

    Desde la caída del muro de Berlín -que coincide con la formación del PRD-, hay una discusión pendiente en las izquierdas mexicanas, que tiene que ver con los nuevos paradigmas de la izquierda: la ética en la política, la equidad, la democracia, la tolerancia, el respeto a la naturaleza; y su posición frente a los cambios en el mundo y en el país, en particular sus posiciones respecto al ejercicio del poder y el Estado, la familia y la sociedad, la globalización y la competitividad, la propiedad y la empresa privadas, el ejercicio de las libertades, entre otros asuntos.

    Esta reflexión sobre la izquierda pasa necesariamente por la revisión del papel que vienen cumpliendo sus partidos y los problemas que enfrentan.

    La conformación de un sistema de partidos, tras una era de partido hegemónico, ha sido un largo proceso de nuestra transición. Los partidos han fortalecido sus estructuras y presencia política y en gran medida se han democratizado. Desaparecieron los partidos paraestatales y los partidos han creado todo tipo de alianzas y coaliciones, no siempre del todo convincentes.

    Sin embargo, en todos los partidos prevalecen y se reproducen prácticas heredadas del viejo sistema. En el caso del Partido de la Revolución Democrática, el partido más importante e influyente que haya conformado la izquierda mexicana, cuya base social, siempre noble y generosa, es su principal patrimonio, se reproducen prácticas políticas que otrora se combatían.

    El clientelismo, el corporativismo, acuerdos poco claros con las distintas formas de poder e incluso -como ha sido del dominio público- signos de corrupción, que se justifican bajo la premisa de que la «política es correlación de fuerzas» -que lo es- y que «el fin justifica los medios», dejando de lado que la política son también principios.

    Por ello repensar a la izquierda significa repensar sus partidos, principios, programas, objetivos y prácticas políticas. Se trata de ubicar dónde está parada y hacia dónde se dirige; y lograr que acredite un discurso y una práctica política que garantice su derecho a ser mayoría y conducir nuestro país.

    Ni izquierda radical ni izquierda dócil, se requiere de una izquierda con liderazgo, credibilidad, vocación de poder y capacidad de gobierno. A ello, y al debate que reclama la política nacional, dedicaré las colaboraciones que hoy inicio en El Universal, a quien aprecio la apertura de este espacio.

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