El crítico José Luis Colín sobre Edmundo Aquino, México

El Anarcolín nos cuenta

No fue sino pasados más de 30 años de supuesta amistad, cuando supe bien a qué atenerme con el pintor zimatleco, Inmundo Aquí-sí.

Puntualizo: dado que es oaxaqueño, oriundo del municipio de Zimatlan y con rasgos fisionómicos medio asiáticos, a nadie le será difícil identificarlo. Por lo demás, lo de Inmundo da perfecta cuenta de la naturaleza del susodicho sujeto.

Es decir, hoy día entiendo lo que antes no. Por qué, cada vez que me refería a él como un noble personaje, leal amigo, y solidario artista, mis paisanos enarcaban la ceja, fruncían el entrecejo o esbozaban una sonrisita sarcástica. Yo atribuía tales gestos desdeñosos, a la envidia normal que en la paisanada despierta el éxito de algún coterráneo. habrían de transcurrir más de tres décadas, para saber que la enaltecida imagen que yo tenía de mi “amigo”, no correspondía a la realidad.

Sucede que, a principios de los 90 el Inmundo solicitó mi ayuda periodística para demandar de la guberatura oaxaqueña, solución a un grave problema que afectaba a los pobladores de su entidad natal, Zimatlan. En ese entonces mantenía una columna editorial en El Sol de Mediodía, diario matutino de la capital.

El problema radicaba en los constantes desmanes violentos y exacciones monetarias de las que eran víctimas los zimatlecos, por parte del presidente municipal. Tras sufrir y aguantar un sinfín de abusos y tropelías bajo aquel despotismo caciquil, los zimatlecos recurrieron al gobernador Heladio Ramírez, quien según la Constitución debe ser el garante de sus derechos fundamentales.

Pero era, también, “compadre” del felón munícipe y, por tanto se hizo él “no veo ni oigo”.

Transcurrieron meses de infructuosas gestiones ante el “gober precioso” y su secretario, un tal Zorrilla, sin resultado alguno. Así que acudieron al artista importante de la comunidad. El Inmundo Aquísí, esperando que a través de sus elevadas relaciones con el mundo oficial, les hiciera el paro requerido. Mas por lo visto, el connotado artista no contaba con muchos amigos, sobre todo, en los medios de comunicación. Si acaso logró que la poeta Ema Rueda, le diera la
mano publicando un artículo sobre el hecho en Excélsior. Y hasta ahí. Fue entonces que el pintor me planteó la necesidad de mi asistencia.

Tomé el caso de inmediato como mío, por tratarse del Inmundo y por deber noticioso con un pueblo subyugado. Como fue.

Desde el primer artículo anuncié al falaz gobernador que dedicaría al tema no uno, ni dos, sino todos los escritos que fueran necesarios hasta la destitución del pillo munícipe. Como fue. Semana tras semana, insistimos denunciando no sólo las corruptelas y arbitrariedades del mismo, sino la evidente complicidad del “gober”.

Contienda periodística que duró, gracias a la tozudez del mandatario estatal y la soberbia de su protegido, alrededor de tres meses. Periodo durante el cual se escibieron 16 artículos en total. Y al fin se hizo la luz. El atrabiliario presidentillo fue relevado. En agradecimiento, los zimatlecos me enviaron una misiva referente con la firma de sus pobladores.

En dicha época mis ingresos económicos eran mínimos; en ocasiones no llegaban ni al mínimo oficial diarina. Y aunque esta situación la conocía el Inmundo no se me ocurrió pedirle retribución alguna, tampoco a sus paisanos. cierto que alguna vez me brindó una que otra cena, acompañada de unos buenos mescalazos. Mentiría si dijese que bajo los apremios de la pobreza no me sentí tentado en ciertos momentos, a pedirle ayuda monetaria. Nunca me atreví. Menos después deldía en que, estando en la salita de su departamento de Coyoacan, me señaló una de sus pinturas colgadas y me dijo:

“Cuando esto acabe, esa pintura será tuya”. Este ofrecimiento me causó honda satisfacción, esperando, sin embargo, no necesitarlo; y así se lo precisé.

Pero el mundo da vueltas. Alrededor de dos años más tarde andaba de nuevo en las últimas de la penuria económica. Recordé entonces su generoso ofrecimiento y pensando que me lo merecía por lo sembrado, sin dudarlo le hablé por teléfono y le plantee mi necesidad. Pero no sólo se le olvidó. Mi solicitud sirvió para que sacara a relucir el verdadero cobre.

Además de mandarme a ver si la chancha ya había parido, agregó una impiadosa cachetada de revire.

Me aconsejó sibilino de que ya me pusiera “a trabajar”. A caray. Y yo que vivía en la creencia que mi trabajo es escribir, de que lo que escribo es mi trabajo, no importándome nunca como generador primario de divisas para vivir. En todo caso me ha permitido sobrevivir lo necesario, sin convertirlo en el núcleo rector de la subsistencia física. Aduje, todavía, que mi escritura por esos días atravesaba una frustrante crisis de producción, además de que dedicarme a la poesía por entero me había alejado del circuito laboral, y no tenía pa’ donde. Sin amilanarse, el Inmundo me señaló el glorioso camino:

“Pues entonces ponte a chambear de bolero, o a limpiar parabisas. Pero ya muévete porque aquí no hay nada”. Ay güey.

Qué gacho se siente recibir una patada de tal calibre. Pasado el sabor amargo de la boca, durante cierto tiempo antes de archivar el asunto y pensando en su consejo, me preguntaba si no equivoqué mi verdadera vocación. Sobre la “depre” me reconfortaba no obstante saber que de limpiabotas o franelero, jamás habría escrito en un diario importante todos aquellos artículos que contribuyeron para salvar a un pueblo de la iniquidad, además de vestir a una mona con ropa ajena.

Porque, mientras el Inmundo recibía aplausos del pueblo zimatleco yo no pude visitar mi tierra durante los años que gobernó Heladio, pues un día me hicieron llegar por interpósitos medios, el mensaje de que había directrices del mando estatal para que “algo me sucediera si tenía la osadía de pisar suelo oaxaqueño”.

¿Cómo la ven desde aquí?

(De la revista electrónica «La Avispa Roja»)

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