Reflexiones de Fidel Castro: La Revolución Bolivariana y Las Antillas

Reflexiones de Fidel Castro:

La Revolución Bolivariana y Las Antillas

Me gustaba la historia como a casi todos los muchachos. También las
guerras, una cultura que la sociedad sembraba en los niños del sexo
masculino. Todos los juguetes que nos ofrecían eran armas.

En mi época de niño me enviaron para una ciudad donde nunca me
llevaron al cine. Entonces no existía la televisión y en la casa donde
vivía no había radio. Tenía que usar la imaginación.

En el primer colegio adonde me llevaron interno, leía con asombro
sobre el Diluvio Universal y el Arca de Noé. Más tarde consideré que
era quizás un vestigio que la humanidad guardaba del último cambio
climático en la historia de nuestra especie. Fue, posiblemente, el
final del último período glacial, que se supone tuvo lugar hace muchos
miles de años.

Como es de suponer, más tarde leí con avidez las historias de
Alejandro, César, Aníbal, Bonaparte y, por supuesto, todo cuanto libro
caía en mis manos sobre Maceo, Gómez, Agramonte y demás grandes
soldados que lucharon por nuestra independencia. No poseía cultura
suficiente para comprender lo que había detrás de la historia.

Más adelante centré mi interés en Martí. A él le debo en realidad mis
sentimientos patrióticos y el concepto profundo de que “Patria es
humanidad”. La audacia, la belleza, el valor y la ética de su
pensamiento me ayudaron a convertirme en lo que creo que soy: un
revolucionario. Sin ser martiano, no se puede ser bolivariano; sin ser
martiano y bolivariano, no se puede ser marxista, y sin ser martiano,
bolivariano y marxista, no se puede ser antiimperialista; sin ser las
tres cosas no se podía concebir en nuestra época una Revolución en Cuba.

Hace casi dos siglos, Bolívar quiso enviar una expedición al mando de
Sucre para liberar a Cuba, que mucho lo necesitaba, en la década de
1820, como  colonia azucarera y cafetalera española, con 300 mil
esclavos trabajando para sus propietarios blancos.

Frustrada la independencia y convertida en neocolonia, no se podía en
Cuba alcanzar jamás la dignidad plena del hombre, sin una revolución
que pusiera fin a la explotación del hombre por el hombre.

”…yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el
culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.”

Martí, con su pensamiento, inspiró el valor y la convicción que llevó
a nuestro Movimiento al asalto de la fortaleza del Moncada, lo que
jamás habría pasado por nuestras mentes sin las ideas de otros grandes
pensadores como Marx y Lenin, que nos hicieron ver y comprender las
realidades tan distintas de la nueva era que estábamos viviendo.

Durante siglos, en nombre del progreso y el desarrollo, se justificó
en Cuba la odiosa propiedad latifundista y la fuerza de trabajo
esclava, que había sido precedida por el exterminio de los antiguos
habitantes de estas islas.

De Bolívar, Martí dijo algo maravilloso y digno de su gloriosa vida:

“…lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar
tiene que hacer en América todavía.”

“Déme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo.”

En Venezuela, como en las Antillas hicieron otras, la potencia
colonial sembró caña, café, cacao, y llevó también como esclavos a
hombres y mujeres de África. La resistencia heroica de sus indígenas,
apoyándose en la naturaleza y extensión del suelo venezolano, impidió
el aniquilamiento de los habitantes originales.

Con excepción de una parte al Norte del hemisferio, el inmenso
territorio de Nuestra América quedó en manos de dos reyes de la
Península Ibérica.

Sin temor puede afirmarse que, durante siglos, nuestros países y los
frutos del trabajo de sus pueblos han sido saqueados, y continúan
siéndolo por las grandes empresas transnacionales y las oligarquías
que están a su servicio.

A lo largo de los siglos XIX y XX, es decir, durante casi 200 años
después de la independencia formal de la América Ibérica, nada cambió
en esencia. Estados Unidos, a partir de las 13 colonias inglesas que
se rebelaron, se expandió hacia el Oeste y el Sur. Compró Luisiana y
Florida, le arrebató más de la mitad de su territorio a México,
intervino en Centroamérica y se apoderó del área del futuro Canal de
Panamá, que uniría los grandes océanos al Este y el Oeste del
continente por el punto donde Bolívar deseaba crear la capital de la
mayor de las repúblicas que nacería de la independencia de las
naciones de América.

En aquella época, el petróleo y el etanol no se comercializaban en el
mundo, ni existía OMC. La caña, el algodón y el maíz eran cultivados
por esclavos. Las máquinas estaban por inventarse. Avanzaba con fuerza
la industrialización a partir del carbón.

Las guerras impulsaron la civilización, y la civilización impulsó las
guerras. Estas cambiaron de carácter, y se hicieron más terribles.
Finalmente se convirtieron en conflictos mundiales

Por fin éramos un mundo civilizado. Incluso, lo creemos como cuestión
de principios.

Pero no sabemos qué hacer con la civilización alcanzada. El ser humano
se ha equipado con armas nucleares de inconcebible certeza y
aniquiladora potencia, mientras desde el punto de vista moral y
político, ha retrocedido bochornosamente. Política y socialmente,
estamos más subdesarrollados que nunca. Los autómatas están
sustituyendo a los soldados, los medios masivos a los educadores, y
los gobiernos empiezan a ser sobrepasados por los acontecimientos sin
saber qué hacer. En la desesperación de muchos líderes políticos
internacionales se aprecia la impotencia ante los problemas que se
acumulan en sus despachos de trabajo y las reuniones internacionales
cada vez más frecuentes.

En esas circunstancias, tiene lugar en Haití una catástrofe sin
precedentes, mientras en el lado opuesto del planeta continúan
desarrollándose tres guerras y una carrera armamentista, en medio de
la crisis económica y conflictos crecientes, que consume más del 2,5%
del PIB mundial, una cifra con la que podrían desarrollarse en poco
tiempo todos los países del Tercer Mundo y tal vez evitar el cambio
climático, consagrando los recursos económicos y científicos que son
imprescindibles para ese objetivo.

La credibilidad de la comunidad mundial acaba de recibir un duro golpe
en Copenhague, y nuestra especie no está mostrando su capacidad para
sobrevivir.

La tragedia de Haití me permite exponer este punto de vista a partir
de lo que Venezuela ha hecho con los países del Caribe. Mientras en
Montreal las grandes instituciones financieras vacilan sobre qué hacer
en Haití, Venezuela no vacila un minuto en condonarle la deuda
económica, de 167 millones de dólares.

Durante casi un siglo las mayores transnacionales extrajeron y
exportaron el petróleo venezolano a ínfimos precios. Venezuela se
constituyó durante decenios en el mayor exportador mundial de petróleo.

Es conocido que cuando Estados Unidos gastó cientos de miles de
millones de dólares en su guerra genocida de  Vietnam, matando e
invalidando millones de hijos de ese heroico pueblo, también rompió
unilateralmente el acuerdo de Bretton Woods suspendiendo la conversión
en oro del dólar, como estipulaba el acuerdo, y lanzando sobre la
economía mundial el costo de esa sucia guerra. La moneda
norteamericana se devaluó y el ingreso en divisas de los países
caribeños no alcanzaba para pagar el petróleo. Sus economías se basan
en el turismo y las exportaciones de azúcar, café, cacao y otros
productos agrícolas. Un golpe anonadante amenazaba las economías de
los Estados del Caribe, con excepción de dos de ellos exportadores de energía.

Otros países desarrollados eliminaron las preferencias arancelarias a
exportaciones agrícolas caribeñas, como el banano;  Venezuela tuvo un
gesto sin precedentes: le garantizó a la mayoría de esos países
suministros seguros de petróleo y facilidades especiales de pago.

Nadie se preocupó, en cambio, por el destino de esos pueblos. De no
haber sido por la República Bolivariana una terrible crisis habría
golpeado a los Estados independientes del Caribe, con excepción de
Trinidad-Tobago y Barbados. En el caso de Cuba, después que la URSS
colapsó, el Gobierno Bolivariano impulsó un crecimiento extraordinario
del comercio entre ambos países, que incluía el intercambio de bienes
y servicios, que nos permitió enfrentar uno de los períodos más duros
de nuestra gloriosa historia revolucionaria.

El mejor aliado de Estados Unidos, y a la vez el más bajo y vil
enemigo del pueblo, fue el farsante y simulador Rómulo Betancourt,
Presidente electo de Venezuela cuando triunfó la Revolución en Cuba en 1959.

Fue el principal cómplice de los ataques piratas, los actos
terroristas, las agresiones y el bloqueo económico a nuestra patria.

Cuando más lo necesitaba nuestra América, estalló finalmente la
Revolución Bolivariana.

Invitados a Caracas por Hugo Chávez, los miembros del ALBA se
comprometieron a prestar el máximo apoyo al pueblo haitiano en el
momento más triste de la historia de ese legendario pueblo que llevó a
cabo la primera Revolución social victoriosa en la historia del mundo,
cuando cientos de miles de africanos al sublevarse y crear en Haití
una República a miles de millas de sus tierras natales, llevaron a
cabo una de las más gloriosas acciones revolucionarias de este
hemisferio. En Haití hay sangre negra, india y blanca;  la República
nació de los conceptos de equidad, justicia y libertad para todos los
seres humanos.

Hace 10 años, en instantes en que el Caribe y Centroamérica perdieron
decenas de miles de vidas durante la tragedia del huracán Mitch, se
creó en Cuba la ELAM para formar médicos latinoamericanos y caribeños
que un día salvarían millones de vidas, pero en especial y por encima
de todo, servirían como ejemplo en el noble ejercicio de la profesión
médica. Junto a los cubanos estarán en Haití decenas de jóvenes
venezolanos y otros latinoamericanos graduados en la ELAM. De todos
los rincones del continente han llegado noticias de muchos compañeros
que estudiaron en la ELAM, que desean colaborar junto a ellos en la
noble tarea de salvar vidas de niños, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos.

Habrá decenas de hospitales de campaña, centros de rehabilitación y
hospitales, donde prestarán servicios más de mil médicos y estudiantes
de los últimos años de la carrera de Medicina, procedentes de Haití,
Venezuela, Santo Domingo, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Chile y
los demás países hermanos. Tenemos el honor de contar ya con un número
de médicos norteamericanos que también estudiaron en la ELAM. Estamos
dispuestos a cooperar con aquellos países e instituciones que deseen
participar en estos esfuerzos para prestar servicios médicos en Haití.

Venezuela aportó ya casas de campaña, equipos médicos, medicamentos y
alimentos. El gobierno de Haití ha brindado toda su cooperación y
apoyo a este esfuerzo por llevar los servicios de salud gratuitamente
al mayor número posible de haitianos. Será para todos un consuelo en
medio de la mayor tragedia que ha tenido lugar en nuestro hemisferio.

Fidel Castro Ruz
Febrero 7 de 2010

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