Mendicutis, comentario de José Luis Hernández Jiménez

MENDICUTIS

Por José Luís Hernández Jiménez

Creo que lo único bueno que hizo, durante los dos años que duró como Presidenta de la Comisión de Cultura de la Asamblea Legislativa del DF (ALDF), fue denunciar a sus colegas de recibir 800 mil pesos – no aclaró si de parte de la propia ALDF o del GDF – por aprobar leyes polémicas. De ahí en fuera, ha sido un cero a la izquierda y una vergüenza para el propio órgano legislativo capitalino. Pero ella no tiene la culpa.

Se llama Edith Ruiz Mendicuti (ERM) y fue electa, en 2009, diputada local, encabezando al PT aunque luego se cambió al PRD, por el Distrito Electoral XXVIII, ubicado en Iztapalapa, DF, gracias a las grandiosas gestiones de don Andrés Manuel López Obrador (¡ay don Peje, es una tras otra!), en medio del affair “Juanito”, ¿se acuerdan?

El caso es que el brillo de su nombramiento como diputada empezó a opacarse desde el mismo momento en el que sus compinches de la ALDF, para “pagarle” su cambio al PRD, la nombraron titular de aquella Comisión. Entonces, cuando los periodistas le preguntaron qué opinaba de su nuevo encargo, ella contestó muy molesta: “Yo aspiraba a otra Comisión pero me dieron lo que quedó, las puras sobras”. ¿Desdén o ignorancia de la doña? Quién sabe.

Luego tuvo otra ocurrencia famosa; presentó un Punto de Acuerdo para que el órgano legislativo prohibiera esos bailes sensuales que chavos y chavas, acostumbran en sus fiestas de reaguetón, llamados “perreos”. Ni a los más mochos del PAN, se les había ocurrido tan gran idea. Por supuesto, la señora se convirtió en el hazmerreír del respetable público.

El año pasado, al hablar en nombre de la ALDF, en la ceremonia de entrega del Premio al Mérito de las Artes Ciudadanas a don José Emilio Pacheco, la doña dijo que el gran escritor mexicano era el autor de “Un tranvía llamado deseo”, cuando el autor de esta obra es Mr. Tennesee Williams que, por supuesto, no es mexicano. Fue entonces cuando la comunidad intelectual, empezando por el propio don José Emilio, fruncieron el ceño como diciendo “y ésta ¿de cual fumó?”.

Aquella ocasión los periodistas, malosos como son cuando se lo proponen, se acercaron a Edith para preguntarle si ella leía. Y ella, acomodándose el cuello de la blusa para esconder la papada, contestó: “si leo, pero me gustan las cuestiones de política, no soy tan soñadora, no leo novelas y ese tipo de cosas”. ¡Válgame dios, por eso estamos como estamos! Ni don Fox ni su Marthita y ni siquiera mi novia Ninel Conde, han presumido tanta incultura.

Pero aún hay más: durante el Parlamento Infantil, que los diputados organizan de vez en vez, la doña se enojó por algo y a un grupo de infantes que ella llevó al evento, los arengó para que en protesta ¡tomaran la tribuna! Ha de haber creído que esas son sus clases de civismo.
Aparte de todo lo dicho, en las instalaciones de la ALDF, en caso de que ella sea el tema, es común escuchar comentarios adversos: que cita a sesiones y las suspende a última hora, que no convoca a sesiones, que recibe al año 100 mil pesos mas para organizar al menos dos eventos que no se llevan al cabo, que…etc., etc.

Pero de repente eso se acabó. Resulta que un grupo de los llamados intelectuales se armó de valor, bajó de su torre de marfil y pidieron formalmente a los directivos de la ALDF, la remoción de la diputada de la Presidencia de dicha Comisión. Y que no les hacen caso pues – ya ven como son los perredistas encumbrados – ni el escrito les contestaban los señores y señoras diputados y diputadas. Dado que entre los firmantes de la petición, hay muchos de esos que no se dejan, que optan por ir a entrevistarse con la Presidenta de la Asamblea, doña Barrales, para saber qué onda, de dónde habían sacado a aquella diputada, por qué no la quitan de tan importante puesto y a que se debe que no les respetan su constitucional derecho de petición.
Alejandra, que así se llama la Barrales, sorprendida y temerosa de llegar a ser señalada por el dedo flamífero de la comunidad académica e intelectual de la capital, a la que ella, doña Barrales, aspira a gobernar, rápido y furiosa operó la remoción de aquella inculta diputada. Y colorín colorado: pusieron a otro.

Pero insisto, ERM no tiene la culpa. La culpa la tienen quienes la pusieron como diputada y como Presidenta de una Comisión. Ella ha de haber dicho “pues a quién le dan pan que llore” y simplemente agarró lo que le dieron.

Pero aparecen o se hacen más que evidentes dos deficiencias más, de nuestra clase política. Uno, es que hay integrantes, en este caso de la ALDF, que ni leer saben. Es el caso de la Mendicuti. Quizá sea necesario que los ciudadanos exijamos que para ser diputados (y gobernantes en general) sea requisito indispensable, saber leer y escribir. Y dos, que la clase política mexicana, en particular, el cuerpo legislativo, está plagado de Mendicutis. Y si no lo creen, mis estimados lectores (as) agarren una lupa y observen cómo actúa cada uno de nuestros hh. Diputados. Anímensen y hagan esa valoración pero antes se beben un té de ajenjo, que es para los corajes.

Otra cosa: Aprovecho este espacio para agradecer a las 69 (¿número cabalístico?) personas que me felicitaron en estos días, por mi cumpleaños el pasado día 9. Y como diría un clásico ¡Gracias y qué les apachurre la dicha!

México D. F. a 13 de octubre de 2011.

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